éxtimo presente

Somos seres perforados por el sol

¿Cuál es el modo de existencia de los seres transparentes? ¿Cuáles son las relaciones que proponen aquellas existencias que hacen de la superposición un espacio inevitablemente vital? Superposición como una mezcla traslúcidamente viva. Las imágenes de Éxtimo presente reclaman a sus sombras como condiciones para la existencia; penumbras que dibujan los rastros de las hojas vegetales que se interpusieron entre el sol. Su existencia es transparencia.

Si estas sombras son condiciones de la existencia, es porque la vida es solar y nos atraviesa y perfora. Las sombras, dicen los pueblos de las tierras altas andinas, nos recuerdan que somos seres disjuntos: las penumbras que diseñan nuestros cuerpos en el suelo son las almas que la luz del sol empuja fuera de nosotros. Nuestra existencia, entonces, también se debate entre la transparencia y la opacidad, en la necesidad de atravesar a otros para proyectar sombras vitales. ¿Acaso no sería ésta una teoría etnográfica sobre la vida como metamorfosis?
Cuando el antropólogo Bruno Latour retomaba para su investigación las tradiciones filosóficas menores de Occidente, se proponía repensar el lugar que la antropología le daba a la identidad y la diferencia. Y se preguntaba entonces, de cuántas maneras diferentes podía alterarse el ser, en cuántas otras formas de alteridad eran capaces de colarse para continuar existiendo. ¿Acaso estas imágenes no funcionan como espejos de estas preguntas? ¿Acaso no nos hacen testigos de la necesidad vital de tener que atravesar-nos para existir, de alterar-nos?

Tal vez sea ese el único espacio compartido, común, en este nuevo mundo de Gaïa, donde la atención a las mezclas se hizo inevitable: somos a través de otros. No solo con otros. No solo junto a otros. Somos a través de otros, pasando por otros. Somos en metamorfosis, señalaría el filósofo Emanuele Coccia. Somos porque tenemos sombras.

La etnografía indígena amerindia, que se ocupa, entre otras cosas, de las relaciones catalizadas por las prácticas cinegéticas, la depredación y la alimentación, describe desde hace tiempo eso que aquí llamamos existencias de la transparencia. Los seres de las montañas y de las selvas —los vegetales, los humanos, los animales, los invisibles— se definen a sí mismos como en una transformación continua. No una abstracta, incapaz de ser imaginada, sino una concreta, movilizada por las fuerzas de la ingesta, la masticación y la digestión. Siempre estamos siendo digeridos por otros. Eso es existir. Y esa es una relación transparente, que reclama luces y sombras que vienen de distintos lugares para componer una figura, tal vez fugaz, que existe en cuanto esa simultaneidad pueda ser sostenida. El vocabulario aymara, reclamado por la pensadora Silvia Rivera Cusicanqui, propone un nombre para estas mixturas nunca homogéneas: ch’ixi.

Pero ese espacio que emerge gracias la simultaneidad de luces y figuras tampoco es infinito. La transparencia no es, o al menos no parece serlo a primera vista, una relación de continuidad absoluta, que hermana a los seres sin detenerse. Pues, al mismo tiempo que es condición para la existencia, la simultaneidad trae consigo el paralelismo. La imagen espejada que nos devuelven estas fotografías nos obliga a cierto foco, a un ajuste de la mirada. No es posible observar todo, al mismo tiempo: si el foco está en la penumbra de las nervaduras proyectadas es porque de las hojas vegetales no queda más que ese rastro. Existen en sus huellas. En el medio, en el proceso, algo fue perdido. Algo debió ser obliterado —obviado, diría cierta antropología—, para que el proceso de alterar-se, de atravesar-se, no se detenga. Los paralelos son esos otros mundos posibles. Conectados, pero nunca transparentes del todo. Precisan de otro foco.

No importa que no podamos verlos. La metamorfosis continúa, su modo de existencia no precisa de nosotros. La metamorfosis del mundo prosigue su derrotero, aunque ella no nos importe. Si no, veamos esas sombras que proyectamos ahora mismo, sin saberlo, sin desearlo, en este suelo, mientras contemplamos estas fotos.

Francisco Pazzarelli
Doctor en Ciencias Antropológicas
Docente e Investigador
IDACOR /Conicet – Museo de Antropología/UNC